Elena tiene un trastero. Allí dormitan cándidamente sus cachivaches. Una mesa de camilla, una cabeza de venado y una alfombra de piel de vaca son algunos de sus insignes moradores.
Elena lo llama el purgatorio de los muebles. Un purgatorio en el que las plegarias e indulgencias no están previstas. Para ellos -cabizbajos, decaídos, otrora lustrosos servidores de la casa- el tiempo se paró aquel día que descendieron a su nuevo rincón de “la casa”. Y allí se encuentran, esperando vehementes el fatal juicio final de Elena sin saber que su verídico sino es el contenedor de la esquina, con viaje sin retorno al infierno del vertedero.
Pobres ilusos…
La lámpara rosa, el arcón de madera que guarda la ropa vieja, el ventilador de aspas y la cuna infantil, se purifican para nada en el purgatorio de Elena, su trastero.
Elena lo llama el purgatorio de los muebles. Un purgatorio en el que las plegarias e indulgencias no están previstas. Para ellos -cabizbajos, decaídos, otrora lustrosos servidores de la casa- el tiempo se paró aquel día que descendieron a su nuevo rincón de “la casa”. Y allí se encuentran, esperando vehementes el fatal juicio final de Elena sin saber que su verídico sino es el contenedor de la esquina, con viaje sin retorno al infierno del vertedero.
Pobres ilusos…
La lámpara rosa, el arcón de madera que guarda la ropa vieja, el ventilador de aspas y la cuna infantil, se purifican para nada en el purgatorio de Elena, su trastero.
Pensando en alto, creo que en justicia deberíamos pasarnos de vez en cuando por el trastero, y salvar algún mueble, colocarlo lozano de nuevo en aquél rincón de la casa, hasta que vuelva a estorbar, hasta que de nuevo merezca el purgatorio de los muebles, aquél del que nunca se pasa a mejor vida.