miércoles, 9 de noviembre de 2011

El trastero de Elena



Elena tiene un trastero. Allí dormitan cándidamente sus cachivaches. Una mesa de camilla, una cabeza de venado y una alfombra de piel de vaca son algunos de sus insignes moradores.

Elena lo llama el purgatorio de los muebles. Un purgatorio en el que las plegarias e indulgencias no están previstas. Para ellos -cabizbajos, decaídos, otrora lustrosos servidores de la casa- el tiempo se paró aquel día que descendieron a su nuevo rincón de “la casa”. Y allí se encuentran, esperando vehementes el fatal juicio final de Elena sin saber que su verídico sino es el contenedor de la esquina, con viaje sin retorno al infierno del vertedero.

Pobres ilusos…

La lámpara rosa, el arcón de madera que guarda la ropa vieja, el ventilador de aspas y la cuna infantil, se purifican para nada en el purgatorio de Elena, su trastero.


Pensando en alto, creo que en justicia deberíamos pasarnos de vez en cuando por el trastero, y salvar algún mueble, colocarlo lozano de nuevo en aquél rincón de la casa, hasta que vuelva a estorbar, hasta que de nuevo merezca el purgatorio de los muebles, aquél del que nunca se pasa a mejor vida.

domingo, 9 de octubre de 2011

La llamada de Fargas




Tres tonos de teléfono y un silencio antes de colgar me bastaron para saber que Fargas estaba vivo. No sé si bien o mal, pero vivo al fin y al cabo.

“Bicho malo nunca muere” me dije acariciando la duda de esa afirmación aplicada al caso, mientras miraba como la noche y su silencio ahogaba los llantos de un perro viejo. Quizá eso me hizo pensar que a un perro viejo y sarnoso como Lluís Fargas nada podría pasarle.

Apuré la última calada de mi cigarro, sabiendo que iba a ser una noche muy larga.

Un lejano sonido de teléfono me despertó sobre las cuatro de la madrugada…

Corro peligro, pueden localizarme. Era simplemente para decirte que sigo vivo.

Colgó, y me vino una sonrisa pícara a la cara. Y es que la voz de un muerto es siempre más agradable de oír que la de cualquiera de los vivos…