sábado, 21 de junio de 2008

Pipo: el pastor tomareño


Os cuento una historia que me ha venido a la memoria con ocasión de mi última visita a la morada paterna de unos amigos. Se trata de la casa de Fleky (el crítico de blogs) y Pocotá (su hermanísimo). Esta historia también va de perros (lo digo por mi pequeño tributo a Suki también en estas páginas).

Hoy quiero hablar de Pipo, el perro de Fleky y Pocotá, querido donde los haya. Este pequeño gran amigo del hombre, no era un can cualquiera, sino que tenía la facultad de hacerle ganar al Fleky nada menos que botellas de Ballantines (¿debería poner de un conocido güisqui?), y todo ello por mor de unas apuestas.

El juego consistía en lo siguiente: Pipo que no andaba muy bien de salud era objeto de apuesta por Fleky con un colega suyo. La apuesta consistía en que no moriría el verano de marras, esto es, antes del 1 de septiembre, y así estuvo cuatro años; o lo que es lo mismo cuatro botellas de ballantines, pero de esas de cuando teníamos veinte años. Cuatro veranos en los que las patas traseras de Pipo dejaban de funcionar en las horas calurosas del día para volver a funcionar por las noches en las barbacoas.

Como anécdota narrar el verano en el que al padre de Fleky le dio por andar y el chucho se iba tras él. Le dio un jamacuco en la casetilla del guarda de la urbanización (a unos 300 metros de la casa), su padre siguió con el paseo y lo dejó allí para que se volviera a casa pues parece conocía el camino. Como Pipo era de espíritu terco intentó seguirlo arrastrándose como un gusano. Al final volvieron los dos en el coche del guarda con el chucho que se moría.... Ese año, el colega de Fleky le llamó, por la tarde, desde la casetilla del guarda para confirmar que la apuesta seguía en pie, el guarda se lo había contado y vio el cielo abierto el muy mamón, pero ese año Fleky también ganó su botellita.

Desde aquí mi pequeño tributo a Pipo, el pastor tomareño que tuvo la desfachatez de creerse inmortal.